forma ruris - forma urbis...


         

       

        


Para un  ciudadano de la Roma clásica, la forma urbis era la expresión física de las diferentes funciones que convergen sobre la ciudad : la vivienda, el transporte, las infraestructuras, las funciones de gobierno, etc.. Para un habitante de nuestro tiempo, la forma urbana es el resultado de la construcción de la ciudad como un artefacto de formas lógicas. Adentrarnos en el conocimiento de las formas lógicas supone no pocas veces,   caer en los  reduccionismos presentes en  los análisis que entienden la forma bajo el imperio de las analogías. Este último impide que los intentos de conceptualización  del término  sean  considerados como   asuntos de fondo. Los enfoques aplicados  por los progresismos de moda, en su presunción de  austeridad, han generado un artificio  seco en atributos de diseño desde la misma instancia proyectual e incapaz por ello, de  constituirse en el nexo idóneo entre el ciudadano y la urbanidad. Este artículo presenta los resultados parciales de una investigación Fondecyt, que trata sobre  los impactos morfológicos de los instrumentos de ordenamiento en el suelo urbano situado en el perímetro metropolitano. La finalidad práctica de este estudio es la identificación de instrumentos proyectuales que se incorporen en  los planes reguladores, con el fin de tener un mayor dominio sobre el resultado final. Dicho de otro modo, es un puente conceptual y operativo que persigue la coherencia de la norma urbanística en la forma arquitectónica y viceversa. Con ello, esperamos superar  los alcances de un planeamiento normativista, que no va más allá de considerar la ciudad como un  simple trazado arterial y una obra pública.


 1.- Estructura morfológica de la ciudad

Buena parte de la relación que tenemos con el mundo de las cosas, se lleva a cabo a través de la percepción de las formas. También, la relación que tenemos con el espacio habitado se materializa utilizando códigos formales : la amplitud de la vereda, la pequeña plaza de la esquina, etc.. A pesar de ello, la estética del siglo XX está montada en una minimización de los argumentos formales. Después del manifiesto Ornamento y delito de Adolf Loos, se pretendió simplificar la relación del individuo con las cosas mediante argumentos de geometría simple. La Villa Saboya de Le Corbusier y algunos ejemplares de la arquitectura expresionista resumen la propuesta formal de la arquitectura de las primeras décadas del siglo XX.

Sin embargo, lo que había nacido como una reacción en contra de los excesos de las academias, comenzó a transitar por derroteros cercanos al figurativismo. Lo peor de las vanguardias es caer en las mismas faltas que como reacción motivaron su nacimiento. Las estéticas maquinista y del material -el brutalismo, por citar alguno- justificables en los primeros momentos del discurso arquitectónico de la primera mitad del siglo XX, entrando en la segunda mitad, parecían debilidades más que fortalezas. Después de ello, aún a fines del siglo XX resulta difícil explicar el desarrollo de una investigación centrada, tal como ésta, en el tema de los impactos morfológicos promovidos por los instrumentos de planeamiento.

En este país, para bien o para mal, lo morfológico sólo se entiende bajo su acepción formal o pictórica, al modo de como lo plantea el decorativismo urbano de Camilo Sitte. Nunca lo morfológico traspasa hacia las formas de emplazamiento que adoptan las ocupaciones del suelo, por ejemplo. Merced a ello, es necesario aclarar que cuando hablamos de morfología urbana -formas urbanas lógicas- estamos analizando las configuraciones espaciales que adoptan los diferentes usos del suelo urbano.

Para ejercitar la exploración del contenido morfológico de nuestras ciudades, suponemos de partida que el proceso formativo de la ciudad o es resultado de múltiples acciones históricas sobrepuestas o es el producto ex-novo de una acción racional sustentada por un plan de urbanismo. Así de este modo, cuando la ciudad es la sobreposición de residuos históricos que se hacen presentes en la configuración actual, denominamos fase acumulativa del proceso morfológico.

En el caso de Santiago de Chile, es posible identificar la ortogonalidad de la cuadrícula colonial, las interposiciones arquitectónicas entre barrocas y neoclásicas de Joaquín Toesca. Ambas dos a su vez, contextualizadas en la ciudad republicana del siglo XIX. Residuos todos juntos que se yuxtaponen en la ciudad moderna. Cuando la ciudad surge como un hecho nuevo a partir de una acción global, al modo de Brasilia, su proceso formativo constituye una fase modelística. En estos precisos momentos, profundos cambios estructurales se manifiestan como desencadenantes de nuevos estilos de vida. En el plano urbano, grandes proyectos inmobiliarios se encuentran en desarrollo. A pesar de la existencia de planes recientes, ninguno de estos proyectos presenta alguna relación o responde al ordenamiento urbanístico vigente. Aún más, desconocemos los impactos que experimenta la forma urbana de nuestras ciudades, a raíz de los nuevos procesos de desarrollo político y productivo del país. Nos encontramos frente a una materia que requiere ser debatida públicamente, con el fin de que sus resultados promuevan la mejora de la calidad de vida.

Para ello, es necesario delimitar un campo teórico e instrumental que incida tanto en el conocimiento específico del espacio urbano, como en los modos técnicos de intervención resolutiva y proyectual. La incursión exploratoria en el conocimiento morfológico, trata de entender el territorio desde su específica estructura formal. Los datos con los que trabajamos están contenidos en el análisis histórico y en el estudio crítico de los instrumentos de ordenamiento urbanístico metropolitano y comunal de Santiago y Maipú, respectivamente.

En general, la urbanística se funda en el desarrollo de una ciencia que busca comprender la lógica de los procesos urbanos, de sus estructuras y de sus morfológicas formativas y transformativas. A esta ciencia analítica formada en gran parte por trozos particulares provenientes de otras disciplinas del saber, se une una técnica que interviene y utiliza estos procesos como vehículos de transformación. Esta técnica ha quedado, por ahora, atrapada en un normativismo exasperante  que a fuer de punitivo lo permite todo. Pero, es incapaz de dominar las transformaciones sustantivas que gestan en las áreas intervenidas.


2.- Fase acumulativa

Del topos agrario al telos urbano. En los suelos que se incorporan nuevos usos, se observan traspasos de las geometrías agrarias en la incipiente configuración urbana. Estos traspasos se visualizan en la transformación del camino rural en calle urbana y de la traza predial agrícola en las piezas configurantes de la nueva estructura. A partir de ello, la cuestión es saber si el suelo también es una dimensión morfológica. Mucho sabemos de las dimensiones económicas, sociales, normativas, ambientales, etc., del suelo. Pero aunque parezca un contrasentido, poco o nada sabemos de él como dimensión formal o dicho de otro modo, poco sabemos de la arquitectura del suelo. Un recorrido de urgencia por la historia, ilumina la comprensión de la ciudad, prestando atención a los trazados lógicos constituyentes de su forma urbis.

El ordenamiento de la ciudad griega de los tiempos de Pericles está fuertemente condicionado por la geografía del lugar. En la mente del urbanizador griego existe una clara disposición para considerar la variedad geográfica y topográfica como un factor capital de emplazamiento urbano. Es más, podríamos llegar al extremo de pensar que en la Grecia clásica no existía ciudad sin un compromiso con una forma geográfica arquetípica o geoforma. Esta geoforma ordenaba y jerarquizaba las relaciones sociales internas y las capacidades externas para influir culturalmente sobre una determinada área geográfica. Montaña y mar, que es lo mismo que altura y distancia, representan geoformas que incorporadas como soportes urbanos, se transforman en los elementos lógicos de la forma urbis. La ciudad griega se instala sobre la montaña y frente al mar. 

El proceso urbano griego desencadena una acción que surge desde la forma natural del territorio, se proyecta en el asentamiento habitado y retorna como una nueva organización de la naturaleza. La mundanidad griega nace atendiendo a una topografía natural, pero genera a modo de intercambio, la racionalización de la topografía. No es, como en el caso romano, el campesino que cultiva la tierra, ¿qué se puede sacar de unas rocas desnudas y un suelo polvoriento y seco? El que cultiva la tierra es el urbanista que transforma esta acción en un acto religioso. Las fuerzas de la naturaleza aún por dominar o simplemente indomables, son el material básico de los mitos. Ya más tarde, en su etapa madura, son los materiales esenciales de la religión. A través de los mitos y de la religión, las fuerzas ocultas de la tierra pueden ser entendidas y parcialmente domeñadas por la creencia más que por la inteligencia. Para pasar desde la oscuridad de lo oculto al conocimiento, situándose en el plano del culto, tendrá que asumir geometrías o formas lógicas humanas. De lo contrario, estas fuerzas de la naturaleza permanecerán en el mundo de lo inculto o, dicho de otro modo, en lo inmundo (del latín immundo). No en vano, el contingente de deidades funda su existencia en una formalidad o morfológica humana o antropomorfa.

La muralla griega remarca la inclusión de la forma urbis en las lógicas topográficas. De este modo, en el punto más elevado del topos se instala la acrópolis, lugar donde se ejercita el culto de lo oculto ; entre la acrópolis y los barrios residenciales, en el llano, se emplaza el ágora como lugaridad de la palabra que devela lo oculto, tal como es la fuente o pila de agua en las ciudades del Atlas africano. La ciudad griega es una ciudad-estado emplazada en una dimensión urbano-rural y contextualizada en la distancia que separa lo culto y lo oculto. Esta relación del urbanista griego con el topos natural, se proyecta en la ciudad moderna en las relaciones de negociación geométrica que establecen por pura proximidad, lo agrícola y lo urbano. En la ciudad moderna, el encuentro del perímetro construido con los suelos de usos agrícolas genera una colisión. Esta es una situación pocas veces tratada, pero no exenta de repercusiones negativas para uno  y para otro.

Al final, es la naturaleza cultivada u ordenada y no al revés, la que traspasa condicionantes jerarquizadas como formas lógicas al suelo urbano. Es así que, los caminos rurales devienen en dimensión y trazado en calles urbanas ; la alameda rural que se transforma en el paseo urbano por excelencia; la estructura predial de la propiedad y de los cultivos se reorganiza y proyecta en la geometría del predial o manzanario urbano, llamado así para establecer una idea de aproximación con lo que se entiende como parcelario.

Las avenidas se instalan sobre los canales de regadío o sobre los cauces naturales de aguas lluvias, o se sobreponen encima de los brazos que utilizan los ríos para dirigir las crecidas invernales. No en vano ésta se denomina avenida, tal como se denomina avenida la crecida súbita de un río o el aumento ingobernable del agua de una quebrada. En el caso de Santiago de Chile, la avenida Alameda B. O´Higgins se encuentra yuxtapuesta sobre la avenida invernal del río Mapocho y constituye a su vez una alameda entre rural y urbana en sus extremos; la avenida Bilbao, se emplaza sobre el atajo que tomaban las aguas lluvias de las quebradas del cerro San Ramón.

Esta participación de las geometrías del agua en los trazados de las transversales de las ciudades chilenas, se hace presente de modo importante en la ciudad de Valparaíso. A falta de río, esta ciudad tiene quebradas, que es lo mismo que tener muchos pequeños ríos dispersos por la piel urbana. Las principales transversales que unen los cerros con el bordemar, están instaladas sobre quebradas naturales. A diferencia con lo que es posible observar en la ciudad de Santiago de Chile, estas transversales -la avenida Argentina, entre ellas- han solucionado esta yuxtaposición soterrando el cauce de agua. En Valparaíso, la geometría lógica que emana de la naturaleza oculta, configura el tejido transversal de las avenidas mediante su ocultamiento del mundo vidente y retorno al soterrado mundo de lo evidente (lo que no necesita de presencia para ser visto). Más allá de las diferencias particulares, en cada ciudad chilena la tierra es longitudinal y el agua es transversal ; la tierra está, el agua viene. Sobre ambos órdenes se emplaza por pura lógica, nuestra forma urbis.

Sabemos mucho cómo crecer, mediante viviendas y calles por ejemplo. Pero en ninguna parte se dice qué es lo que tiene que crecer. La ciudad moderna ha descansado mucho tiempo en la falta de contenidos de urbanidad de su crecimiento. Es más, cuando en las áreas centrales ha crecido sobre si misma, lo ha hecho como si se tratase de un crecimiento perimetral con características de suburbanidad. Ello queda patente en los nuevos desarrollos inmobiliarios que se insertan del Barrio Poniente de Santiago sin ninguna resolución arquitectónica y propuesta urbanística de las nuevas morfologías resultantes. En tal sentido, ¿dónde está presente la forma urbis como resultado de las imbricaciones de la fase acumulativa de la ciudad ya construida y de la fase modelística de la nueva ciudad? 

La forma urbis como obra de arte. Para mejor comprender esta imbricación, bástenos ahora pasar a la cultura de ciudad del mundo romano. El origen mítico de la ciudad romana también tiene un ingrediente propio de la cultura rural. Es un campesino el que traza el contorno de la ciudad, mediante un arado, introduciendo un nuevo uso en el territorio rural mediante una geometría agrícola cuadricular. En este caso, el cómo se vincula con el uso establecido y el qué responde a una transformación. Una vez trazada la frontera aparente entre lo rural y lo urbano, se jerarquiza el suelo mediante la identificación del centro, que resulta del cruzamiento entre las dos principales arterias de la ciudad. Este es el punto cero fundacional , el umbilicus mundi dentro del cual se introducirán ceremonialmente los frutos de la tierra y las manufacturas del hombre.

Las razones agrícolas que fundan lo urbano, quedan incorporadas en el dentro de la ciudad. Gran parte de los actos previos a la fundación de una ciudad durante el proceso de occidentalización del territorio americano, proviene de esta civilidad romana. En ésta, la ciudad ya no es una ciudad-todo como lo era en la cultura griega. Antes bien, la ciudad es un elemento que interactúa con otras ciudades para configurar la urbanidad del imperium. El orden urbano se impone sobre un territorio que gira sobre la urbe romana. Cuando se asola o destruye la urbe, también se alteran las relaciones jerárquicas del imperium. Atender a los valores que se traspasan como elementos morfológicos desde el territorio a la ciudad, no involucra desconocer la participación del sistema arterial y del sistema infraestructural en la configuración de las formas lógicas de la ciudad romana. En tal sentido, se podría asegurar que ambos sistemas hacen descansar su eficacia en la capacidad para configurar un ingenio : el sistema arterial urbano es una cuadrícula ; el territorial dibuja una centralidad de la cual derivan tantas vías radiales según tantos puntos geográficos constituyan objetos de conexión. Las infraestructuras del agua articulaban la lógica urbana mediante el abastecimiento de las grandes necesidades vitales, lúdicas y sociales de agua potable, que caracterizan la mundanidad romana.

Muchos siglos después, las geometrías renacentistas traen la centralidad como factor de composición urbana. Las ciudades ideales del 1400 no sólo denotan el contenido idealista que comporta el nuevo tiempo en oposición a la idea medieval del habitar. También, señalan una morfológica de la ciudad. Las ciudades barrocas introducen la naturaleza vegetal en el interior del organismo urbano mediante su racionalización geométrica y le asignan razones de perspectiva y convergencia. Estas geometrías traspasan la ruralidad hacia la urbanidad en un intento de hacer realidad el viejo sueño de la humanidad : configurar una naturaleza racionalizada como soporte de vida. La ciudad alemana de Karlsruhe es la expresión clásica de este traspaso. Con el desarrollo de lo que se ha dado en llamar la revolución industrial y su posterior expresión maquinista, se altera la morfológica urbana. Nos situamos en un período cuya máxima expresión se conjuga con el verbo acumular, impuesto por los nuevos sistemas productivos. Las ciudades devienen en simples soportes de una actividad que teniendo vínculos con el medio natural no logra traspasar sus valores productivos a la configuración urbana. Antes bien, las entidades industria y ciudad están en permanente conflicto, en una convivencia de espaldas que resulta ambientalmente deteriorante. Con la revolución industrial se hacen patentes grandes problemas sociales y sanitarios. Pero, también se evidencian conflictos de carácter morfológico. No interesa la forma del producto industrial, solo interesa su capacidad para brindar una determinada función.

Importantes movimientos artísticos liderados a veces por el inglés William Morris y por el arquitecto alemán Walter Gropius, otras, se fundan con el sólo afán de corregir el divorcio entre el producto industrial y las formas. Con la llegada de Le Corbusier se impondrá una estética que transformará la vivienda y la ciudad en una máquina de habitar, moviéndose eternamente en un viaje de ida y vuelta entre la forma y la función. Hoy en día, los empeños arquitectónicos se dirigen a la configuración de una nueva morfología urbana cuyo punto de partida a veces es la alteración fractal que inexplicablemente deviene en una gárgola que corona el último rascacielo sin construir de Mies van der Rohe; en otras, es la impostura de la ficción del comic sobre el tejido urbano o en la rentrée de las técnicas constructivas y de los nuevos materiales en las formas arquitecturales.


3.- Fase modelística

Entre la norma y la forma. Gran parte del debate arquitectónico del siglo XX ha estado monopolizado por la dialéctica de la función y de la forma. Es más, el funcionalismo también identifica lo que se ha dado en llamar la arquitectura del movimiento moderno. En el plano urbanístico, este debate ha sido a veces por los modos de crecimiento, si concentrado o extensivo ; en otras, por si el suelo urbano es un recurso escaso o no. Sin embargo, el debate acerca de las contradicciones entre la norma y la forma ha sido soslayado inexplicablemente. En la práctica, la transformación del suelo surge como un acto normativo y se manifiesta como un hecho morfológico. Es decir, tiene un origen urbanístico y un desarrollo arquitectónico.

En cuanto soporte básico de las ocupaciones y de las volumetrías, esta morfológica es a la ciudad lo que es la arquitectura al edificio. Siendo el plan regulador una propuesta redactada por arquitectos urbanistas, paradójicamente no se nos propone como una expresión de arquitectura urbana. Antes bien, es un documento predictivo más que prospectivo, que se instala en el campo de la legislación y de las condicionantes constructivas, pero se manifiesta lejos de lo que gradualmente le va faltando a nuestras ciudades : arquitectura urbana. Esta falta de atención de la estructura morfológica mediatiza el contenido de ciudad de las áreas perimetrales de nueva urbanización, y destruye el corpus construido cuando se interviene encima del tejido ya consolidado. En ambas situaciones, el desconocimiento de las morfologías de producción y reproducción del suelo urbano, reducen los resultados a la configuración de calidades incompletas.

El planeamiento de escala presuntamente metropolitana se hizo presente en Chile, a fines de los años cincuenta con la formulación y posterior aprobación del Plan Regulador Intercomunal de 1960. Anterior a esa fecha, la práctica acumulada de redacción de documentos de ordenamiento urbanístico era un hecho excepcional, ya que sólo había permitido la redacción de un número corto de planes para las pocas ciudades del país que presentaban alguna envergadura socioeconómica. A pesar de esta escasez, gran parte de ellos quedaron atrapados en la etapa de estudios o simplemente no se ejecutaron por conflictos instrumentales o competenciales. Al final, ¿como se puede gestionar urbanísticamente un plan que se nos propone como un documento regulatorio de un suelo ya ocupado?

La concepción metropolitana se engendra en los años 30 norteamericanos, en la necesidad de entender y pensar -que es lo mismo que analizar y proyectar- el sistema urbano como una globalidad : una centralidad potente y múltiple, y unos núcleos de funciones especializadas emplazados en su área de influencia. Como tantas otras propuestas urbanísticas y arquitectónicas, en Chile la interpretación de lo metropolitano no ha ido más allá de proponérsenos como un remiendo administrativo de la inabarcable extensión de nuestras ciudades. Entender lo que se conoce como lo metropolitano, involucra analizar bajo una lente morfológica los límites comunales surgidos en los tiempos en que la ciudad fue administrada como si se tratase de un cuartel. La divisoria entre comunas metropolitanas se nos presenta como el primer elemento pernicioso que atenta contra la constitución de una cultura del territorio que propenda en sus etapas maduras a una estructura morfológica.

Desde siempre, el perímetro urbano ha utilizado los corredores rurales como ejes naturales del crecimiento, hasta el punto de visualizar los primeros desarrollos como caminos poblados. Por lo cual, es razonable pensar que existe una mayor conciencia de unidad territorial entre habitantes situados a ambos lados de la vía que los emplazados entre medianeras traseras. Entonces, ¿por qué se utilizan las avenidas principales como límites comunales?

La estructura morfológica. Desde siempre, el proceso de transformación que experimenta el perímetro de la ciudad, utiliza las formas agrarias como formas iniciales de las geometrías urbanas. El traspaso que por ello se produce, es posible visualizarlo en la reproducción de la estructura predial agrícola en la superficie y en la división de los paños constituyentes de los nuevos desarrollos y en la morfología de ocupación de los nuevos suelos urbanos. Gran parte del perímetro es una zona entre urbana y rural, cuya tipología primera se identifica con predio ordenados a partir de una antejardín delantero, una vivienda y un patio trasero. Tipología que en el medio local ha dado en identificarse como barrio residencial. Más suburbanos que urbanos propiamente dichos, los nuevos usos perimetrales se emplazan en un tejido ortogonal de manzanas abierta, fachada discontinua y calles rectas A diferencia de la propuesta de ciudad jardín inglesa y norteamericana que formula su propio tejido, el proyecto de barrio residencial chileno se instala sobre la reproducción perimetral una traza ortogonal fuertemente condicionada por la geometría de los corredores de acceso regional. Es a partir de esta constatación que podemos identificar la morfológica del crecimiento urbano de la ciudad chilena, de acuerdo a los siguientes tipos:

· Crecimiento sobre sí misma, mediante la renovación de la ciudad ya construida. Se caracteriza por el aumento de la densidad de ocupación del suelo y el cambio de la tipología arquitectónica;

· Crecimiento anular, mediante agregaciones graduales del perímetro. Es el tipo de desarrollo que caracteriza la ciudad republicana del siglo XIX y la ciudad moderna, hasta los años cuarenta. Se caracteriza por un crecimiento homogéneo de grandes paños de suelo emplazados en el extrarradio rural; y

· Crecimiento lineal a lo largo de los corredores de acceso regional. Es el tipo de desarrollo extensivo que se hace presente desde los años cuarenta en adelante y es impulsado por la pavimentación de las rutas  regionales y por el emplazamiento industrial , tirando radialmente la ciudad hacia el exterior.

De esta tipología, los crecimientos de mayor repercusión son aquellos que se manifiestan desde la centralidad metropolitana hacia el perímetro, como si se tratase de un fenómeno de movimiento centrígufo. Sin embargo, la dinámica funcional de la ciudad se expresa desde el perímetro hacia el centro. No en vano, cada día convergen hacia la ciudad central alrededor de 2 millones de personas. Entonces, nos encontramos con una contradicción entre la forma del crecimiento físico y la forma de la funcionalidad, lo que constituye un factor perverso del desarrollo urbano. Desde siempre, la ciudad ha sido pensada desde dentro hacia fuera y nunca a la inversa, desde el perímetro hacia el centro. Nunca el perímetro urbano ha sido considerado como una dimensión proyectual de diseño. Aspecto que transforma esta pieza urbana en un territorio en permanente transición y nunca como una dimensión acabada y completa desde el momento inicial.

En el caso del planeamiento intercomunal de Santiago de Chile de 1960, la expresión de la forma urbis del perímetro queda mediatizada por los erróneamente considerados usos innobles del suelo : industria y vivienda económica. El primero emplazándose de modo radial en los suelos con accesibilidad regional y el segundo replegándose hacia el interior de los grandes paños intersticiales entrevías. Los conflictos que surgen entre ambos usos, quedan resueltos por simples muros o eriales. La ausencia de diseño del perímetro junta usos incompatibles que a la larga se saldan con deterioro ambiental, ruidos, malos olores y no pocas veces, con vidas humanas. Caso este último presente en los siniestros desencadenados en la Comuna de Lo Espejo. Los medios de comunicación denuncian la presencia de industrias en áreas residenciales, desconociendo que la vivienda se ha emplazado con posterioridad al hecho industrial.

Analizado desde la vertiente morfológica del urbanismo, el Plan Regulador Metropolitano de 1995 (PRM), empeora lo no resuelto por el PRIS de 1960. Con la pura intención legalista y ambientalista de erradicar los usos industriales de la ciudad interior, los emplaza en la primera franja metropolitana o avenida de circunvalación Américo Vespucio, sin ninguna intencionalidad de resolver morfológicamente los conflictos funcionales y ambientales que surgirán por constituir esta franja un hecho residencial ya consumado. El uso de cinturones o pantallas verdes de separación entre estos usos incompatibles, por ejemplo, queda atrapado por la falta de una propuesta que piense la ciudad tal como es y como será : un artefacto morfológico de tres dimensiones.


4.- Conclusiones

El contenido de esta propuesta, en cuanto desarrollo morfológico de la normativa, se encaminaría a formular los criterios de diseño y las directrices de ordenamiento a las que responden las ordenanzas y las condicionantes constructivas y de urbanización. Así de este modo, el cuadro resultante de puntos calientes entre la situación actual y la propuesta es el siguiente:

Lo que hay:

- El plan regulador es un mecanismo administrativo y predictivo, pero con una alta sujeción a las tendencias que exhibe el crecimiento real;

- El contenido sólo promueve un trazado arterial que genera una ciudad al más puro estilo de obra pública;  y, por último,

- El plan regulador es incapaz de promover las necesarias transformaciones cualitativas que requiere la dimensión urbana y, aún más, manifiesta un total divorcio con las grandes operaciones inmobiliarias.

Lo que falta:

-· El plan deber ser un mecanismo político y prospectivo que formule el proyecto urbano;

-· El plan también debe resolver la propuesta morfológica mediante el diseño de los elementos esenciales    constituyentes de ciudad: centro, perímetro, piezas de articulación, corredores, etc. ; y, por último,

-· El planeamiento  debe motivar la construcción de la ciudad, y definir por pura lógica existencial, las grandes operaciones de transformación de la ciudad.

Tal como ya lo hemos señalado, los nuevos suelos urbanos se incorporan a la ciudad a partir de una acción urbanística y se plasman bajo una expresión arquitectónica. Los efectos que tiene la ausencia de un dominio sobre la manufactura final, identificados en esta exploración, señala la conveniencia de incorporar instrumentos que formulen la estructura morfológica del planeamiento. A partir de ello, el profundo abismo que separa la norma urbanística de la forma arquitectónica es salvado mediante una propuesta de arquitectura urbana.


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